Fue hace unos meses en un curso en Costa Rica, que junto a dos amigas, Aleida de México y Andrea de Costa Rica decidimos hacer una expedición de ascenso al Aconcagua, en Argentina; sabíamos que para lograrlo teníamos que ganar experiencia en la montaña. Fue así que al volver a Ecuador decidí tener mi primera aventura blanca en el Cayambe, una increíble experiencia que sirvió además como preparación para subir la montaña más alta de México, el Pico de Orizaba o Citlaltépetl. Así comenzaba esta extraña atracción por las montañas altas.
¿Por qué México? Me preguntaban algunos, tomando en cuenta que Ecuador está plagado de increíbles montañas, incluso más altas y bonitas (esto podría ser puro patriotismo, pero es además convicción). Aleida se anticipó haciendo propaganda del Pico de Orizaba antes de que yo pueda hablar de la infinita lista de montañas en Ecuador. Convenció a Andrea y entre ambas me convencieron a mí de ir a México porque nuestro objetivo es viajar juntas haciendo lo que nos gusta en dirección a cumplir el sueño de estar en la cima de América. Concretamos el viaje y me comprometí con este fascinante y misterioso mundo de la montaña; esa primera aventura al Cayambe me dio mucho más que enseñanzas, fue una experiencia de encuentro conmigo misma, de conocer lo que uno puede llegar a ser capaz y de entender que tu mente controla tus capacidades mucho más que tu cuerpo.
Una vez en México había que aclimatarse para cumplir con el objetivo del viaje. El 12 de diciembre subimos al Iztaccihuatl (5230m), caminamos por varias horas con la mochila y todo lo necesario a cuestas hasta el refugio; el peso del equipo no era el problema, sino que había además que cargar agua para hidratarse y cocinar. Me tomó por sorpresa saber que en los refugios de las montañas de México no hay agua y sólo pensé en lo afortunados somos en Ecuador. Hasta ese día la disponibilidad de agua en la montaña no había sido algo para preocuparse.
No logramos hacer cumbre por malas condiciones del clima, el viento era tan fuerte que literalmente nos tumbaba al caminar y por decisión de todo el grupo preferimos regresar. Pienso que uno tiene que ganar experiencia hasta para tomar ese tipo de decisiones porque pueden ser más difíciles de lo que uno cree, es probable que la ilusión de llegar a la cumbre influya para tomar malas decisiones, y cuando la montaña no quiere, es mejor hacerle caso.
Regresamos a la capital y descansamos por un par de días antes de iniciar el siguiente reto. El 15 de diciembre emprendimos el viaje hacia el refugio del Pico de Orizaba, en bus; desde Ciudad de México, por hermosos lugares hacia Puebla y finalmente a Tlachichuca que significa “lugar de artesanos”. Ahí comimos y alquilamos el equipo y el auto para llegar al refugio de “Piedra Grande” a 4200m. Disfrutamos de un cielo despejado, de la buena compañía y del refugio que estaba prácticamente vacío, así que aprovechamos para descansar y relajar cuerpo y mente.
Al día siguiente caminamos casi por 5 horas con equipo, carpa, ropa y agua; estaba nerviosa y ansiosa y me sentí otra vez tan novata como para la primera aventura. Llegamos al campamento en la base del nevado a 5000m aproximadamente, armamos carpas, comimos y disfrutamos de un atardecer espectacular en la montaña; conversamos, tomamos fotos y nos olvidamos por un momento de lo que estábamos haciendo.
Caída la noche el viento se hizo implacable así que nos metimos a la carpa a descansar porque dormir fue imposible; supongo que esa es la condición de pasar la noche en medio de la montaña. La ansiedad y el miedo tampoco dejaron dormir mucho, sólo había que esperar que sean las 4:00 para empezar a caminar.
Era 17 de diciembre y caminamos por cuatro horas aproximadamente zigzagueando la montaña hasta llegar a la cumbre del Pico de Orizaba a 5640m emocionados, pero nerviosos. Habíamos cumplido la mitad de la ruta, y a esa altura, es inevitable sentirse cansado, pero había que sacar fuerzas para regresar.
Debo decir que el descenso se hizo interminable, aunque el camino fue más directo que el de subida (casi en línea recta), fue también mucho más complicado. La inclinación permanente de la montaña, con poca nieve, sin sitios para un descanso seguro y sumado al cansancio no daba momento para relajarse. Íbamos paso a paso, tratando de asegurar los crampones al hielo para no caer por una inmensa resbaladera que no necesariamente terminaba en algo divertido.
Finalmente dejamos atrás el hielo y el clima nos premiaba con un sol radiante que iluminaba la cumbre y las huellas del recorrido que logramos dominar. Sabíamos que la parte más complicada se había acabado, pero todavía había que levantar el campamento y al menos unas tres horas más de bajada hasta el refugio donde nos esperaban con el auto. ¡Lo logramos! Llegamos de regreso a Tlachichuca y lo único con lo que soñábamos era con comer, nos dieron el “pozole” más rico que había probado, probablemente porque en esas condiciones cualquier cosa que no sea frutos secos o barras energéticas sabe delicioso.
Lo mejor de esta experiencia fue saber que estaba en país ajeno, pero acompañada de amigos que nos hicieron sentir como en casa. Ahora conozco un poco más de la montaña y de las noches sin dormir, ahora entiendo que cada aventura es diferente a la anterior por similar que parezca y que cada una te da nuevas enseñanzas, que en cada montaña se aprende a vivir y a disfrutar de las cosas sencillas sabiendo que se necesita muy poco para apreciar lo esencial de la vida.
Tengo que confesar que hubo momentos en los que me preguntaba por qué estaba haciendo eso, pudiendo estar tranquila quizás en la playa, en un hotel con todo incluido sin nada de qué preocuparse. No se puede negar que cuando uno sube montañas hay momentos que uno desearía evitar, sin embargo, ningún final feliz tiene un recorrido perfecto, y la recompensa de haber superado los tropiezos para culminar con un final feliz, lleno de vivencias y memorias que se quedan grabadas, no tiene precio.
Gracias a México y sus montañas, a mis amigas Aleida y Andrea, a nuestro flamante guía y amigo Raúl y todos los compañeros de la aventura. Listas las tres para planificar el viaje a Ecuador y llegar a los 6300m en la cima del Ecuador. Dicen por ahí que es el punto más alejado desde el centro de la tierra, mito o verdad, es nuestro siguiente reto en la lista.
Esperando por la siguiente aventura: Chimborazo - Ecuador (6268m)
Paula Iturralde-Pólit (MAU)