Hace un poco más de un año me enamoré del mundo del “trail running”. Mi primera carrera la hice en enero del 2016 en los Ilinizas (Ecuador). Fueron 15k de disfrutar cada paso, y así entendí la pasión de correr en la montaña y una razón más por la que valía la pena tener un entrenamiento constante.
En marzo del mismo año tenía planeado ir a vivir en Costa Rica y una de mis preocupaciones era poder encontrar un buen grupo con quien entrenar; personas que compartan mi misma locura y pasión, pero nunca me imaginé tener la suerte de llegar a conocer a los mejores: los “flyers”. Ellos me abrieron las puertas al grupo, sin reservas y ahora no son sólo compañeros de aventuras sino amigos… familia…
Fue por la fortaleza y la pasión del entrenador y de todo el equipo que pensé que quizás podía ser capaz de correr 50k y hacer mi primera ultramaratón en una de las carreras más bonitas de Costa Rica, el North Face Endurance Challenge en Rincón de la Vieja. El entrenador me dijo que tenía una buena base, pero que debía cumplir seriamente con el plan de entrenamiento para estar lista. La buena base se la debo y le agradezco infinitamente a mi querido Raulito (Raúl Ricaurte) de Ruta 42 con quien entrené más de dos años en Quito.
El entrenamiento fue duro, lo más importante era tratar de acumular kilómetros para acostumbrar al cuerpo y las piernas a resistir distancias largas. Tenía la responsabilidad de cumplir el plan a pesar de las actividades cotidianas y el cansancio. Prepararse en los fondos compartiendo con el equipo la ilusión de cumplir con el objetivo, para que cuando llegue el día estemos listos y podamos disfrutar la carrera. Una semana antes del gran día, me sentía nerviosa y ansiosa porque ya era sólo cuestión de esperar el momento de pararse en la línea de partida y enfrentarse con uno mismo y demostrar que el entrenamiento había tenido el efecto positivo en mente y cuerpo.
Llegó el 27 de mayo del 2017, estábamos listos y emocionados antes de partir, nos abrazamos con todo el equipo, “abrazamos el momento” y cada uno eligió su ritmo para iniciar la carrera. Yo empecé con ilusión y muy fuerte, tanto, que quizás no medí la velocidad y en el kilómetro 20 tuve que bajar las revoluciones y guardar un poco de energía para poder terminar la carrera. Entre el calor y la humedad uno pierde mucha agua y es importante mantenerse bien hidratado, creo que durante la carrera debo haber tomado cerca de unos diez litros de líquido entre agua e hidratante.
Durante el recorrido, algunos trayectos uno los comparte con conocidos y desconocidos, todos concentrados en el mismo objetivo. Sin embargo, la mayoría de trayectos los corrí sola, con la suerte de contar con una excelente señalización que me quitó la preocupación de perderme. Una de las cosas que más me gusta de correr, especialmente en montaña, es que dejo mi mente en blanco para que el cuerpo me lleve a donde tengo que llegar; algo que considero una ventaja porque cuando se corre solo durante largas distancias dominar los pensamientos es crucial. Cantar me sirve mucho, se me vienen canciones aleatorias a la mente y voy cantando en silencio, quizás sea esa una de mis fortalezas para no caer cuando uno siente que las piernas ya no quieren seguir.
Los últimos 10k se sufre de verdad, iba pendiente del reloj y del paso de los kilómetros, pero es como que el tiempo se detuviera, parecía que el reloj no marcaba ya más la distancia y cada kilómetro se hizo eterno. Son duros; son largos y la mente juega un papel importante para poder continuar. Me tropecé varias veces hasta que me caí, como a un kilómetro de llegar a la meta. Parecía que ya no había fuerzas para levantar los pies y que uno se mueve por inercia, sin embargo me levanté y seguí, ya no faltaba nada.
Llegué a la meta con una sensación de alegría y alivio infinitos, había terminado, había logrado el objetivo; la felicitación y el abrazo con los compañeros de equipo me llenaron nuevamente de energía. Aunque cansada, me sentía bien, y era difícil darme cuenta que habían pasado 6h45 de correr. Fue una experiencia increíble, no sólo por la carrera sino por todo el proceso. Compartir con los amigos; los entrenamientos, los fondos, los desayunos, el “fly camp”, la comida, el viaje, la comida, las canciones, conversar, reír, la carrera, el cansancio, el descanso y sí, la comida otra vez. Después de una carrera como esta, lo único que uno piensa es en comer, y esa sensación dura varios días.
Es increíble la experiencia de compartir con las personas que han hecho que mi vida en Costa Rica tome un giro especial; importante; hermoso. Gracias al “coach” Felipe Guardia, por el apoyo, por los consejos, por abrirme las puertas y por haber confiado en mí. Gracias a todos y cada uno de los flyers por su amistad y el soporte para darme cuenta de que sí era capaz de lograr esta hazaña. Gracias Feli, Rocket, Emy, Vicho, Walter, Jose, Pame, Luisca, Roberto; gracias de verdad por hacerme sentir como en casa y porque sin ustedes no hubiera sido capaz de cumplir con la demanda del entrenamiento. Gracias por llenarme de ilusión para mejorar y por la oportunidad de volar más alto, mucho más alto.
Vendrán más carreras de 50k, no mañana, ni en un mes, ni en dos sino poco a poco, para cuidar el cuerpo y para disfrutarlas. Porque una de las cosas que regala el trail, es poder deleitarme de los más increíbles paisajes; es pasar por lugares a los que sólo se llega corriendo (o caminando); es la pasión y energía positiva de la gente que uno conoce y lo más importante son los grandes amigos; gigantes del deporte y gigantes de corazón.
Gracias a mis amigos en Quito, especialmente a esos que me apodaron “chasqui”, por hacerme creer que de verdad me puedo convertir en una, gracias por los “kudos” en Strava, jaja. Gracias a toda mi familia que estando lejos no dejan de apoyarme y seguirme cada paso entendiendo mi locura y haciéndola suya. ¡Les adoro y les pienso siempre!
Paula Iturralde-Pólit
(Mau, PauMau)