Fue hace un par de meses que escuché a mis amigos Renato y Nicole que se estaban preparando para subir al Cayambe. Sin dudarlo, les dije que quería unirme al plan; mi amigo Sol aceptó ser mi compañero de aventura y empezamos la preparación. Parecía mentira, pero en el mes que duró el proceso de aclimatación tuvimos un par de montañas fallidas, ya sea por el clima (Iliniza) o porque no conocíamos el camino (Imbabura). En todo caso conseguimos el guía para el Cayambe y estábamos adentro del plan, no había vuelta atrás y sabíamos que lo más importante era preparar la mente.
El 21 de Noviembre era la fecha marcada en el calendario para vencer el reto. Cada semana, cuando la fecha de ascenso se acercaba, los nervios aumentaban. Miles de cosas se pasan por la cabeza, entre ellas, asegurarnos de estar preparados física y mentalmente y obviamente lo impredecible, pensar si la montaña lo va a permitir.
Los nervios aumentan, pero la emoción crece aún más. Llegó la semana antes del ascenso y me sentía como novata para arreglar las cosas; no es lo mismo preparar una maleta para jugar fútbol que para subir el Cayambe, evidentemente los pupos y los crampones no son la misma cosa. Por suerte el trabajo no me dio mucho tiempo para pensar; sólo la noche anterior a salir, ya en casa, con todo lo necesario, preparé maletas y mente para la gran aventura blanca.
Primer día en el refugio el clima no permitió hacer la escuela de glaciar, pero al menos sabíamos que nos estábamos aclimatando poco a poco. Tuvimos que esperar al segundo día y los nervios crecen. El uso de todo el equipo era algo nuevo, desde aprender a ponerse el arnés y las polainas hasta acostumbrarse al peso de todo lo que uno lleva puesto. Pisar fuerte para clavar los pies en el hielo y confiar en que los crampones sí te sostienen fue difícil, pero no importaba, la aventura ya había comenzado.
Fuimos a descansar a las 4 de la tarde; esa noche teníamos que salir a las 11 para iniciar el ascenso. Muchísimas personas en el refugio con el mismo plan y la misma ilusión de llegar la cumbre. No podía dejar de pensar que quizás la montaña no quería tanta gente subiendo y nos podía jugar una mala pasada con el clima. Eso, el clima era lo que más preocupaba porque es lo único sobre lo que no se tiene control.
Logramos ser puntuales, cumplimos con la hora de salida (algo que los guías habían dejado en claro que era necesario) y salimos primeritos; eso era un buen augurio. Nos abrazamos animándonos a lograrlo, pero con sinceridad, el 50% depende de nosotros, el resto depende de la montaña. Empezamos caminando a paso lento, todos los demás grupos salieron atrás nuestro y con un mal pronóstico en el clima; caía “nieve agua” con probabilidades de avalancha o de no ver una grieta. ¿Lograremos llegar?
Llegamos a “Picos Jarrín”, a menos de la mitad de la ruta, pero por suerte, el clima se arregló. Eran las 3h30 de la mañana y descansamos a ver las estrellas por diez minutos antes de continuar; no había como perder el tiempo y descansar mucho significa enfriarse. Seguimos avanzando y cerca de los 5 400m empezábamos a sentir los efectos de la altura. Unos con soroche, otros con sueño, cansados o agitados, pero el apoyo de todo el equipo no dejaba que nadie se desanime. Comenzamos la última subida antes de llegar a la cumbre, encordados y caminando cerca de las grietas. Nos olvidamos del cansancio y del soroche porque era necesario estar concentrados.
Eran las 6h30 cuando llegamos a la cumbre con lágrimas de emoción que no queríamos ni podíamos evitar. Emoción y miedo al mismo tiempo, claro que miedo, recién habíamos recorrido la mitad del camino y una nube encima nuestro con viento no permitió estar mucho tiempo en la cumbre ni apreciar el paisaje.
El regreso fue lento y tranquilo, el clima se arregló y con un cielo despejado nos quedábamos asombrados porque ahora veíamos los lugares por donde habíamos pasado en la madrugada. Un paisaje impresionante, una gigante alfombra blanca y fría que fue piso y testigo de la gran aventura.
Gracias al equipo, los compañeros, Renato, Nicole y Sol; los guías, David y Fabián ya que sin ellos no lo hubiéramos logrado y a la montaña que nos dio el visto bueno para conseguir la tan anhelada cumbre. A mis amigos, por sus mensajes de aliento y por último a mi familia y a mi casa que es donde finalmente uno siente haber culminado el reto.
Vamos por más aventuras blancas.
12 de Diciembre: Pico de Orizaba en México (5 636m).
Paula Iturralde-Pólit (MAU)
Fotos: Renato Vásconez